Noche bohemia en Medellín
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La ciudad de la eterna primavera
Primer día en Medellín, miércoles. Que se puede conocer por la ciudad en un día tan nublado. Puedo decir que la primera impresión de este lugar fueron esas colinas pintadas de color ladrillo y un tráfico muy caótico, las motos hacen malabares para meterse entre los carros. La plaza botero es zona de guerra entre vendedores y bailadores, cada uno con su propio objetivo de sacarte dinero a la buena o insistentemente a la mala. Creo que nos vieron cara de buenos tipos por que salimos sin rasguños, también por alguna razón la gente detectaba que éramos mexicanos… no sé, ¿será por el bigote?
No había un plan más allá de conocer un poco la ciudad aquel día, regresamos al hostal y este parecía una casa de una familia muy grande, con diferentes colores y acentos, nunca terminabas de conocer o de ver nueva gente entrando, era un desfile de personas. Esa tarde toda la gente se encontraba viendo la televisión, descansando en sus cuartos o hablando en los balcones.
La terraza era zona inhabitada, lo que hace unas horas había sido una pequeña comunión en la hora del desayuno ahora solo quedaba una solitaria morocha trabajando en su computadora.
La guitarra haciendome ojitos...
Miré que había una guitarra aparcada sobre el escritorio de la recepción, me atreví a tomarla y me dirigí al lugar. En mis múltiples viajes en solitario siempre quise tener una noche bohemia, de esas que llegas de fuera y al entrar al lugar todos están reunidos coreando canciones populares, en otros idiomas, entonaciones y sentimientos. Para no ser muy molesto empecé a tocar ligeramente unos acordes y punteos con la poca memoria que traía.
Para calentar me aventé la primera de la noche, una ranchera mexicana que tenía aprendida por pasar tanto tiempo con mis abuelos y con sus gustos, que al final me lo fueron heredando. ¿No quería soltar completamente la voz porque no sabía cómo reaccionaría la gente, qué pensarían de mí?
–Miren ese ridículo ni sabe tocar… (¿Talvez?, No sé)
En eso baja un men del segundo piso y se sienta a un costado mio, el primer amigo de la noche. Un gringo que llegó diciendo: Escuché esa tonada y dije: ah, son mexicanos parece que va haber buen ambiente.
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Esas palabras fueron como aplausos para este pobre trovador, en eso llega mi amigo Saúl, el cual viajaba conmigo en aquella travesía, músico por formación se pone a improvisar su instrumento con una aplicación de piano en su celular y poco a poco va haciendo el acompañamiento. Una combinación de sonido acústico y electrónico. Continuamos con las canciones y poco a poco la gente se iba asomando y uniéndose a la mesa con nosotros, personas de Inglaterra, Israel, Estados Unidos, Australia, Alemania, Colombia compartían las cervezas Águila y trataban de tararear las canciones mexicanas de aquella noche. Desde José Alfredo Jiménez, Jorge Negrete, Luis Miguel, Los Panchos fueron algunas canciones de aquellos grandes músicos mexicanos. Y que era mi honor replicarlas estando tan lejos de casa.
Un buen cumpleaños...
Creo que había cumplido un sueño aquel día, esa noche bohemia que tanto había buscado en los múltiples hostales en los que pasé, al final la pude encontrar en aquella bella ciudad colombiana. Y es que no lo había mencionado pero ese miércoles 25 de mayo, estaba celebrando mi cumpleaños.
Una noche especial que nunca olvidaré y que fue concluida con una buena rumba por los bares del Poblado.
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