Quiero vivir un paraíso.

Al terminar un viaje suelo escribir las experiencias y aventuras que me deja algún lugar al que visité, por lo que tiempo después me doy cuenta de pequeños detalles que no noté en el camino.

Creo que es bueno regresar a lugares donde alguna vez algo te hizo feliz. Llegué a esta reflexión gracias a haber visitado Sayulita de nueva cuenta. Este pueblo turístico Nayarita que tiene tantos prismas y colores. Estuve en el 2019 y regresé al 2021. Este regreso fue un escape por una reciente perdida de uno de mis seres más amados.

La playa era extensa y helada a las 7 de la mañana, gringos haciendo sus rutinas de ejercicios, fiesteros desvelados y ese sol saliendo por el monte. Visitar un hostal y que te reciban como un viejo conocido, conversar, conocerse, pasando un buen rato con gente desconocida, largas caminatas por senderos entre la jungla de carricitos. Tal como recordaba, esos momentos no cambiaron.

Las personas van y vienen, los negocios se renuevan, los perritos en las calles cambian por otros perritos en las calles, los gringos corredores siguen corriendo y el atardecer siempre te regala la luna al final del día. Parece como si se viviera en una burbuja donde el tiempo no pasa, aunque las personas son diferentes, yo lo asimilo como si fuera las mismas de años anteriores.

Es lo que a mi parecer tienen estos paraísos, todos esos factores los hacen eternos. Si me quedara a vivir en algún lugar así, sentiría que no envejecería, que los días pasan, pero yo estoy en el mismo tiempo en el que llegué.

Le pregunto al host del hostal:

– Tú ¿Qué edad tienes?

– El respondió ¿Cuántos crees que tengo?

-Te calculo menos de 35 años.

-Tengo 42 cabrón.